Liberalismo siglo 19:
Concepto: liberalismo es una doctrina que se basa en la defensa de las iniciativas individuales y que busca limitar la intervención del Estado en la vida económica, social y cultural. Promueve las libertades civiles. El liberalismo es una ideología que tiene sus bases y principios en la Ilustración, y que propone una nueva forma de organización que afecta al terreno político, social y económico.
Impulsores del liberalismo: Los Ilustrados Franceses y la Revolución Francesa, que tiende a exaltar la nación como entidad soberana, frente al monarca absoluto.
¿Cuándo se da el liberalismo? Surge a finales del siglo XVIII y se extiende a lo largo del siglo XIX
Impulsores del liberalismo: Los Ilustrados Franceses y la Revolución Francesa, que tiende a exaltar la nación como entidad soberana, frente al monarca absoluto.
¿Cuándo se da el liberalismo? Surge a finales del siglo XVIII y se extiende a lo largo del siglo XIX
El liberalismo en la política.
- Garantizar la libertad del individuo frente al Estado y evitar que éste tenga un excesivo poder, como sucedía en el Antiguo Régimen con el poder absoluto de los monarcas.
- La ideología liberal encuentra sus bases en Montesquieu. Parte de la idea de que el Estado debe basarse en la separación de sus distintos poderes para evitar que ninguna persona o institución pueda acumular un poder excesivo y convertirse en tiranía. Por ello, los poderes legislativo, ejecutivo y judicial deben estar a cargo de instituciones distintas.
- El Estado debe seguir una política de mínima intervención, o laissez faire (en francés, «dejar hacer»). Esto se basa en la convicción de que cada individuo buscará lo mejor para sí mismo y eso a la larga beneficia al conjunto de la sociedad, siendo la labor del Estado corregir los casos en que esto último no se cumpla.
- El liberalismo defiende una organización política orientada hacia la libertad del individuo. Esta libertad no depende de la decisión del rey; porque el titular último del poder es el pueblo. Este poder, o soberanía popular, implica la limitación de la autoridad
- La libertad de prensa, porque sólo a través de una prensa libre se pueden expresar los partidos y decidir los ciudadanos entre las diferentes opciones que se ofrecen.
- El derecho a legislar corresponde únicamente a los parlamentos elegidos por la ciudadanía, y los ciudadanos no están obligados a cumplir más que lo que las leyes disponen, conforme a la interpretación que de ellas hacen los jueces independientes.
El liberalismo en el terreno social.
- La idea de la igualdad de derechos de todos los hombres (en principio las mujeres quedaban excluidas) había sido básica para los ilustrados y fue establecida como principio fundamental de los primeros estados liberales: los Estados Unidos de América y la Francia revolucionaria.
- Se establece la sociedad de clases. Esta idea se oponía frontalmente a la sociedad estamental, en la que obligaciones y privilegios se repartían de un modo muy desigual entre los tres estamentos sociales. En principio, la idea de igualdad social para los ilustrados no iba más allá de la igualdad ante la ley, de establecer que todos los hombres tuvieran el mismo trato, los mismos derechos y las mismas obligaciones.
- Libertad de expresión y religiosa.
- Sin embargo, la igualdad económica no es una meta del liberalismo, ya que se considera que la riqueza de cada persona está en función de sus méritos y es inevitable que existan pobres y gente con escaso poder adquisitivo.
- Aunque el liberalismo acaba con los privilegios de la sociedad estamental, los antiguos nobles terminaron integrándose en la nueva división social dentro del grupo dominante, formado por las personas más ricas. Los antiguos nobles, junto a los burgueses más ricos, formaron la nueva clase alta que aspiraba a controlar la sociedad, la economía y el Estado según sus intereses.
- Todos los hombres serán iguales en derechos, aunque no lo serán en sus condiciones de vida. Se acabaron los estamentos, pero nacieron las clases sociales, porque la vida y las oportunidades serán muy distintas para la gente de clase alta, clase media y clase baja.
El liberalismo económico del siglo XIX.: Nació vinculado a la Revolución Industrial.
- La no intervención del Estado pero esto dejaba la economía bajo el control total de las clases adineradas, que aprovechaban su libertad para explotar salvajemente a las clases trabajadoras
- El liberalismo defiende la no intromisión del Estado en las relaciones económicas entre los ciudadanos (reduciendo los impuestos a su mínima expresión y eliminando cualquier regulación sobre comercio, producción, etc.).
- Para el liberalismo como mejor se regula la economía es por sí sola. La única ley reguladora, según sus defensores, debe ser la ley de la oferta y la demanda, que por supuesto no es una ley que haga el Estado.
- La libre competencia entre los individuos que actúan en la economía, y el deseo de cada uno de prosperar, acaba traduciéndose, según el liberalismo, en el progreso económico de toda la sociedad.
- El papel que debe jugar el Estado en la economía, según el liberalismo, es garantizar la ley y el orden para que la economía pueda desarrollarse en paz y libertad.
Ley de la oferta y la demanda:
El nacionalismo en el siglo XIX.
- La demanda significa la cantidad que se está dispuesto a comprar de un cierto producto a un precio determinado.
- La oferta es la cantidad de producto que una empresa está dispuesta a vender durante un período de tiempo determinado y a un precio dado. El precio de un producto está determinado por la oferta y la demanda, de modo que si hay mucha demanda y pocas ofertas el producto tiende a subir pero si hay mucha oferta y poca demanda el precio tiende a bajar.
El nacionalismo en el siglo XIX.
¿Cuando surge los nacionalismos? La ideología nacionalista surgió en el siglo XIX
Concepto: Esta ideología se basa en el concepto de nación, y pretende que cada pueblo que se considera a sí mismo una nación debe tener derecho a crear un Estado propio e independiente. A lo largo del siglo XIX el nacionalismo fue sinónimo de la libertad de pueblos oprimidos y sin derechos bajo el yugo de imperios absolutistas.Sin embargo,con el tiempo las ideas nacionalistas dieron lugar a odios y enfrentamientos entre pueblos vecinos, por lo que el balance que puede hacerse de esta ideología es muy distinto según quien lo haga
Concepto: Esta ideología se basa en el concepto de nación, y pretende que cada pueblo que se considera a sí mismo una nación debe tener derecho a crear un Estado propio e independiente. A lo largo del siglo XIX el nacionalismo fue sinónimo de la libertad de pueblos oprimidos y sin derechos bajo el yugo de imperios absolutistas.Sin embargo,con el tiempo las ideas nacionalistas dieron lugar a odios y enfrentamientos entre pueblos vecinos, por lo que el balance que puede hacerse de esta ideología es muy distinto según quien lo haga
Concepto de nación: Los pensadores del siglo XIX que promovieron el nacionalismo explicaban su concepto de nación como un conjunto de personas que comparten una misma lengua, una misma cultura, una historia común y que, por lo tanto, debe tener derecho a constituirse en un Estado nacional (todos los miembros de la nación deben pertenecer a él) e independiente (el Estado nacional no puede depender del Estado de otra nación).
¿Cómo se extendieron las ideas nacionalistas por Europa?
- En el sistema político del Antiguo Régimen, las diferentes monarquías absolutistas e imperios estaban integrados por diversas naciones bajo la autoridad de un mismo soberano. Pongamos el ejemplo de los reyes de España, que habían integrado bajo su corona un conglomerado de nacionalidades con distintas lenguas, tradiciones y cultura: Castilla, Aragón, Cataluña, Flandes, Nápoles... Otro ejemplo de Estado plurinacional del siglo XIX es el Imperio Austro-Húngaro, que a mediados del siglo XIX incluía numerosas nacionalidades: austriacos, alemanes, húngaros, checos, eslovacos, polacos, italianos...
- La Revolución Francesa y el Imperio Napoleónico ayudaron a difundir por Europa las ideas nacionalistas. Como recuerdas, el mapa de Europa fue alterado por Napoleón, que apoyó la creación de Estados nacionales que fueran aliados de Francia y restaran poder a los monarcas y emperadores que se le oponían.
- Con la Restauración se trató de volver al antiguo mapa de Europa y de acabar con las ideas nacionalistas.
- Diversos pueblos que se consideraban a sí mismos como nación fueron divididos y repartidos entre las potencias vencedoras (Italia, por ejemplo) o incorporados a los imperios vencedores. Sin embargo, el nacionalismo se extendió pronto en esos territorios: los belgas aspirarán a separarse de Holanda; los polacos no querían estar divididos entre varios imperios; los checos y húngaros rechazarán formar parte del Imperio Austríaco, etc.
A partir de la segunda mitad del siglo XIX el nacionalismo fue transformándose en ciertos casos en una ideología conservadora y agresiva, que despreciaba la libertad y dignidad del individuo (características de la primera etapa) y defendía los intereses de los grupos sociales que controlaban el poder en cada nación. Desde entonces contribuyó a provocar conflictos que desembocaron en el siglo XX en la Primera Guerra Mundial, pero eso lo veremos más delante.
Separarse y unirse. Dos tipos de nacionalismo.
Según el objetivo que se persiga, podemos distinguir dos tipos de nacionalismos en el siglo XIX, que podríamos decir que llegan hasta nuestros días.
- El nacionalismo separatista (o centrífugo). Es el que pretende la independencia política de una nación que se encuentra integrada dentro de un Estado más grande. Como ejemplos podrían considerarse la lucha de los griegos por separarse del Imperio Otomano, de los checos por separarse del imperio austro-húngaro o de los polacos por separarse del imperio ruso. En nuestros días, podemos considerar ejemplo de este tipo de nacionalismo el que representan algunos partidos nacionalistas vascos y catalanes en España.
- El nacionalismo unificador (o centrípeto). Es el que pretende la unificación en un solo Estado de naciones que se dividen en distintos Estados independientes. Como ejemplos de esta tendencia podrían considerarse los intentos de los nacionalistas italianos y alemanes por crear Estados que unieran a sus respectivas naciones bajo un mismo gobierno.
El siglo de las Revoluciones 1820 a 1848.
Recordarás que en 1815 habíamos dejado una Europa muy tranquila, en la que las fuerzas del Antiguo Régimen habían derrotado a Napoleón y a los partidarios de la Revolución. Se había reorganizado el mapa de Europa en el Congreso de Viena y se había creado la Santa Alianza para defender los tronos absolutistas de Europa de las tendencias revolucionarias. Todo parecía en calma, pero en algunos territorios muchos añoraban la libertad que se había vivido en los años anteriores y no soportaban la vuelta al absolutismo.
A comienzos de los años 20 se produjeron simultáneamente episodios revolucionarios en varios países, casi todos de la Europa mediterránea. En Portugal, en España, en Piamonte y en Nápoles movimientos populares apoyados por la burguesía y, como en el caso de España, por parte del ejército, intentan obligar a sus reyes absolutistas a que acepten un liberalismo moderado y gobiernen bajo una Constitución. Momentáneamente triunfan en algunos países, como en España, donde el rey Fernando VII es obligado a aceptar la Constitución de 1812.
Sin embargo, en los años 20 la Santa Alianza estaba en su apogeo y los monarcas absolutistas del resto de Europa enviaron tropas que ayudaron a los reyes en apuros a someter a los rebeldes y recuperar su poder absoluto. También en Rusia su emperador consiguió abortar un intento de revolución liberal. La primera oleada revolucionaria contra el absolutismo fue liquidada sin que se consiguieran avances en ninguno de los territorios donde estalló. Pero era sólo la primera batalla de una guerra que iba a ser larga.
También se puede incluir en la oleada revolucionaria de los años 20 el movimiento de independencia de las colonias americanas de España. En ellas los colonos se negaron a reconocer el poder absoluto de Fernando VII e iniciaron su propio proceso de independencia, muy inspirado en el de los colonos ingleses de Norteamérica. Aunque durante años España no reconoció la independencia de sus colonias americanas, las victorias militares de los rebeldes fueron proclamando distintos estados en Sudamérica, que se organizaron como repúblicas liberales.
La oleada revolucionaria de 1830.
En 1830 se vuelve a producir por Europa una oleada de intentos revolucionarios liberales. Esta vez el ataque al Antiguo Régimen tuvo mayor seriedad, entre otras cosas porque se produjo en más lugares y de forma más organizada. Como en 1789, Francia fue el corazón de la revuelta, que luego se extendió a otros países.
Al mismo tiempo que en Francia se alzaban los liberales, en diversas partes de Europa estallaron revoluciones nacionalistas, aunque impregnadas también de ideas liberales (Bélgica, Polonia, Italia, Alemania...). Éstas las comentaremos en el próximo apartado, pero debes tener en cuenta que al producirse estallidos revolucionarios en tantos sitios a la vez, esta vez fue imposible que los monarcas absolutistas se ayudaran mutuamente. Por otra parte, el pacto de la Santa Alianza había dejado de funcionar oficialmente en 1825. En esta ocasión los liberales tenían más oportunidades, y supieron aprovecharlas, al menos en Francia.
En París estalló una revuelta popular contra el rey absolutista Carlos X y pronto se extendió por todo el país. Ante la derrota de las tropas monárquicas, Carlos X abandonó Francia y se proclamó a su pariente Luis Felipe de Orleans rey constitucional. La burguesía moderada tomó el control de los acontecimientos para impedir que el pueblo más humilde se saliera del tiesto, como había pasado en la primera Revolución.
Según la nueva Constitución, el rey tendría el poder ejecutivo (dirigir el gobierno), mientras que el poder legislativo (hacer las leyes) residiría en una Asamblea de diputados elegidos por sufragio censitario (sólo votarían en las elecciones los hombres con un determinado nivel de riqueza).
El liberalismo que triunfó en Francia en 1830 era el más moderado, el que interesaba a los sectores más ricos de la burguesía. El pueblo que había luchado en las calles por la libertad, una vez más, se vio apartado de la toma de decisiones, por lo que muchos liberales no quedaron contentos con el nuevo régimen y siguieron conspirando para conseguir un régimen liberal más democrático.
Con el triunfo de la revolución de 1830 el liberalismo quedó afianzado en Francia, donde ya nunca se volvería al absolutismo y al Antiguo Régimen. Sin embargo, los estallidos revolucionarios en otras partes de Europa (Polonia, territorios alemanes e italianos) fueron aplastados por sus respectivos gobiernos absolutistas. Habría que prepararse mejor para el próximo intento.
La oleada revolucionaria de 1848.
En 1848, por ejemplo, se produjo la oleada revolucionaria más intensa del siglo XIX, y la última que vamos a comentar. Una vez más, y van tres, la revolución tuvo su origen en Francia y luego se extendió por gran parte de Europa.
Aunque en Francia existía una monarquía constitucional desde 1830, muchos liberales estaban descontentos porque se había creado un sistema que sólo beneficiaba a los sectores más ricos de la sociedad. A este descontento se sumó una fuerte crisis económica en 1847. Afectó al sector agrario tras una serie de malas cosechas, en especial de patatas, alimento básico para las clases populares, que comenzaron a pasar hambre ante la carestía de los alimentos. La mala situación del campo influyó en los sectores industrial y financiero, llevando al paro a muchos obreros.
La monarquía de Luis Felipe de Orleans, por otra parte, sólo satisfacía los intereses de la alta burguesía, mientras que la pequeña burguesía y las clases trabajadoras quedaban política y económicamente desatendidas. Los historiadores liberales Lamartine y Tocqueville, testigos de los acontecimientos, nos dan su explicación sobre las causas de la revolución de 1848 en Francia en el documento que sigue.
Ante la mala situación del pueblo, se produjo en París un levantamiento de obreros, pequeños burgueses y estudiantes, protestando por las malas condiciones de vida de las clases bajas. De nuevo barricadas por las calles, enfrentamientos armados contra las tropas del rey, muchos soldados se pasan a los sublevados y... victoria de la revolución. El control de las calles por el pueblo armado obligó a dimitir al rey Luis Felipe de Orleans, que abandonó el país.
Ante el vacío de poder, se proclamó la República y se nombró un gobierno provisional, mientras se preparaba una nueva Constitución más democrática y se convocaban elecciones. Este gobierno provisional tomó medidas de avanzado carácter social a favor de los más débiles, concediendo mayores libertades y más igualdad. Fíjate en algunas de estas medidas:
Las elecciones convocadas se harían por sufragio universal (masculino), con participación de todos los hombres sin tener en cuenta sus ingresos económicos.
Se decretó una total libertad de prensa y de asociación.
En medio de una situación de enorme paro, se incluyó el Derecho al trabajo como derecho fundamental de las personas.
Se estableció por primera vez un límite a la jornada laboral de obreros y campesinos, fijando un máximo diario de 10 horas.
El gobierno decidió crear talleres nacionales para dar empleo a los parados.
Todo esto hacía pensar que esta revolución iba a dar el verdadero poder a las clases bajas, pero la burguesía tuvo miedo de que la situación se descontrolara, como pasó con los jacobinos años atrás, y se pasara de una libertad moderada a un control del Estado por los elementos más radicales. Los pequeños burgueses se unieron a la alta burguesía y consiguieron que la República volviera a estar controlada por las clases altas y se diera marcha atrás a muchas medidas de carácter social igualitario.
No sólo eso, sino que además se convirtió en Presidente de la República, ganando las elecciones, un sobrino de Napoleón Bonaparte, que imitando a su tío pronto se proclamó Emperador de Francia, con el nombre de Napoleón III. El recuerdo de Napoleón seguía siendo la mejor forma de calmar al pueblo manteniendo las clases altas el control de la situación.
El estallido revolucionario en Francia de 1848 se imitó por muchos países de Europa casi inmediatamente, con resultados en gran parte favorables para las ideas liberales moderadas. En los territorios alemanes las revoluciones de 1848 tuvieron un fuerte carácter nacionalista, buscando la unidad nacional. Aunque eso no se consiguió, al menos el rey de Prusia se vio obligado a aceptar gobernar con una Constitución.
En el Imperio Austro-Húngaro el emperador Fernando I tuvo que aceptar la formación de una Asamblea Constituyente. Las protestas nacionalistas se unieron a las liberales, especialmente en Hungría y Chequia, que lograron cierta autonomía dentro del Imperio.
En los territorios italianos los estallidos revolucionarios consiguieron que la monarquía constitucional y el liberalismo moderado se impusieran en Nápoles y en el Reino de Piamonte. Al mismo tiempo, los territorios del Norte de Italia, que estaban en poder del Imperio Austriaco, se rebelaron pidiendo su independencia, aunque sin éxito.
La oleada revolucionaria del 48 había llevado al poder en muchos países a un liberalismo moderado, pero también había mostrado el peligro que suponía para la burguesía liberal el desarrollo de ideas de igualitarismo y democracia entre las clases bajas.
La primavera de los pueblos. Movimientos nacionalistas. 1820 a 1871
El siglo XIX se conoce con dos motes. Uno ya lo hemos visto, el siglo de las revoluciones, y otro lo vamos a ver ahora, la primavera de los pueblos. Este segundo apodo del siglo XIX, como te puedes imaginar, hace referencia a la extensión de los movimientos nacionalistas por Europa, que provocarán el nacimiento de nuevos países y cambiarán profundamente el mapa del continente.
También mencionamos anteriormente que las ideas nacionalistas se mezclaron con las liberales en las grandes oleadas revolucionarias que hemos visto. Por eso, antes de pasar a analizar los dos grandes acontecimientos que más van a marcar la posterior historia de Europa, las unificaciones de Italia y Alemania, vamos a repasar los estallidos nacionalistas que se produjeron durante esas oleadas revolucionarias.
En la oleada revolucionaria de 1820, se produjo un estallido nacionalista en Grecia, que en esa época estaba incluida en el Imperio Turco Otomano. En Grecia la revolución fue nacionalista y liberal al mismo tiempo. Por una parte, el pueblo griego se sublevó contra la dominación del Imperio Otomano y proclamó su independencia, pero al mismo tiempo la ideología que trataba de establecer el nuevo estado era de tipo liberal. La revolución liberal-nacionalista griega acabó triunfando, aunque tras una guerra de nueve años que se cobró muchas vidas. Grecia contó en su lucha con el apoyo de Gran Bretaña, que envió armas y dinero a los sublevados. Finalmente, en 1829 el emperador Otomano reconoció la independencia de Grecia y, tras un gobierno
provisional, este país se convirtió en una monarquía constitucional en 1831. Como puedes observar en la declaración de independencia griega, se daba mucha importancia a obtener libertades fundamentales, además de conseguir un estado independiente. En la oleada revolucionaria de 1830 hubo revueltas nacionalistas en varios territorios. Polacos, italianos y alemanes se sublevaron contra sus gobernantes absolutistas, pero también intentaban unir sus patrias bajo un único Estado. Ya vimos que estas revueltas fueron aplastadas, pero hubo un territorio que en 1830 sí
consiguió su independencia: Bélgica. La historia de la actual Bélgica es muy complicada. Desde la Edad Media este territorio había estado dominado por monarcas extranjeros, y había ido cambiando de manos según la evolución de la política internacional: Entre el siglo XV y el siglo XVIII Bélgica fue patrimonio de la familia Habsburgo, en ocasiones de su rama española y en otras de su rama austriaca. Durante las guerras de la Revolución Francesa el territorio fue conquistado por Francia y convertido por Napoleón en una provincia francesa. Tras la derrota de Napoleón, el Congreso de Viena acordó unir Bélgica con Holanda y dejarla bajo el dominio del Reino de los Países Bajos. Los belgas se sumaron a la oleada revolucionaria de 1830 para luchar por su independencia frente a Holanda y consiguieron triunfar. Al tiempo que Bélgica se convertía en un país independiente, se impuso como forma de gobierno la monarquía constitucional, por lo que en el nuevo Estado iban a dominar las ideas liberales de separación de poderes y derechos constitucionales.
En la oleada revolucionaria de 1848 las revueltas nacionalistas fueron importantes en muchos territorios del Imperio Austro-húngaro, que intentaron independizarse, y en territorios alemanes e italianos, que intentaban unificarse. Aunque hemos visto que las revoluciones del 48 consiguieron imponer un liberalismo moderado en la mayor parte de Europa, los movimientos nacionalistas, sin embargo, tuvieron poco éxito. Algunos territorios del Imperio Austro-húngaro, como Chequia y
Hungría, consiguieron algo de autonomía, pero ni los italianos y alemanes consiguieron crear sus estados unificados ni las naciones sometidas al Imperio Austro-húngaro consiguieron su independencia.
La unificación italiana. 1859-1871.
La idea de una Italia unificada bajo un solo Estado había sido impuesta por Napoleón, pero fue anulada en la época de la Restauración. En 1820 Italia era un mosaico de pequeños estados absolutistas que vivían en el Antiguo Régimen, y además casi todo el Norte de Italia estaba en manos del emperador austriaco. Sin embargo, los nacionalistas italianos tenían claro que Italia era una nación. La lucha por la creación de un estado italiano unificado comenzó desde el reino del Piamonte, que se había convertido en una monarquía constitucional en 1848 con el rey Víctor Manuel II. Éste se enfrentó con el Emperador austriaco y en una guerra en la que recibió ayuda de Francia consiguió derrotarlo e incorporar al reino de Piamonte algunos territorios del Norte de Italia que habían pertenecido al Imperio Austro-húngaro (Lombardía).
En 1859, tras su éxito frente a Austria, Víctor Manuel II se presenta ante el pueblo oprimido del resto de estados absolutistas italianos como un posible liberador, al tiempo que unificador de Italia. En muchas zonas estallan motines liberales y nacionalistas y las tropas de Víctor Manuel consiguen ir ocupando todo el Norte de Italia. Los pequeños estados de esa zona fueron, por lo tanto, incorporados al Reino de Piamonte.
En 1860, el otro gran reino del Sur de Italia, el de Nápoles-Sicilia, también fue incorporado por Víctor Manuel II a su corona, con la ayuda de los liberales de Nápoles y de un ejército de voluntarios al mando de Garibaldi. Tras la incorporación de Nápoles a su reino, Víctor Manuel II se proclamó Rey de Italia por la gracia de Dios y voluntad de la nación. Observa que, como los monarcas absolutistas, no renuncia a considerar su trono una concesión divina, pero añade que también es rey por voluntad de la nación, es decir, de su pueblo. Aunque desde 1860 podemos decir que existe el reino de Italia, todavía quedaba en el centro de la Península un extenso territorio que escapaba al control del nuevo
reino: los Estados Pontificios gobernados por el Papa desde Roma. El Papa se negaba a ceder su soberanía al nuevo reino, y Víctor Manuel tampoco quería usar la fuerza porque era católico y estaba muy feo atacar militarmente al Papa, aunque lo tenía rodeado. La situación se arregló cuando estallaron motines liberales en los territorios del Papa y éste se vio obligado a reconocer su derrota y negociar, lo que se produjo en 1871. A partir de 1871, la nueva Italia unificada abarcaba ya casi los mismos territorios que actualmente y se estableció la capital en Roma, aunque todavía quedaban en el Norte algunas zonas en poder de Austria que Italia seguirá reclamando, y que mantendrán la tensión militar en la zona a lo largo del resto del siglo XIX.
La unificación alemana. 1866-1871.
Como en el caso de Italia, pero aun más complicado, el territorio alemán se dividía en 1820 en más de 30 estados independientes.
Desde tiempo inmemorial había existido la idea de que el pueblo alemán formaba una nación y habían existido algunas instituciones comunes a todos los estados alemanes. En el Antiguo Régimen todavía existía el Sacro Imperio Romano- Germánico, que en el siglo XIX se había convertido en la Confederación Germánica, que agrupaba a todos los estados alemanes pero sólo de forma simbólica. La idea de conseguir la unificación de todos los territorios alemanes, sin embargo, había cobrado fuerza con el desarrollo de las ideas liberales y nacionalistas.
Tradicionalmente, Austria y Prusia, que eran los estados alemanes más grandes y poderosos, se habían enfrentado por ejercer el predominio sobre el resto de territorios alemanes. En ambos casos, sin embargo, sus gobernantes absolutistas no habían contado con el apoyo del pueblo y habían tenido que soportar intentos de revoluciones liberales.
La situación comenzó a cambiar a partir de la oleada revolucionaria de 1848, cuando en Prusia se impuso un régimen liberal moderado que, rápidamente, permitió un notable desarrollo económico y una modernización del país.
Para mejorar el comercio, Prusia propuso a los estados alemanes en 1835 crear una unión aduanera, algo así como nuestra actual Unión Europea, lo que ayudó a que el país se modernizara y equipara un moderno y potente ejército, que sería su principal arma para conseguir la unificación alemana.
En 1866, tras una disputa sobre unos pequeños ducados alemanes, Prusia y Austria se declararon la guerra. El pequeño reino del Norte consiguió una brillante y rápida victoria sobre el gigante del Sur, y obligó al emperador austriaco a rendirse y a renunciar en el futuro a intentar ejercer su influencia en los asuntos de los territorios alemanes. Tras su victoria, Prusia se apoderó además de algunos pequeños estados alemanes del Norte y obligó al resto a aceptar su autoridad e integrarse en la Federación Alemana del Norte.
En 1870 a Prusia sólo le faltaba controlar algunos estados alemanes del Sur y de la frontera con Francia. Sin embargo, el nuevo Emperador de Francia, Napoleón III, también aspiraba a extender el dominio de Francia en esa zona, o por lo menos a no tener ningún vecino excesivamente peligroso, por lo que se convertirá en el gran obstáculo para la unificación definitiva de Alemania.
El canciller Bismarck buscó de nuevo una excusa para forzar una declaración de guerra entre Prusia y Francia, consiguiendo que estallara el conflicto y que todos los territorios alemanes que seguían siendo independientes apoyaran a Prusia en esta guerra. No hay nada como tener un enemigo común para unir a la gente.
La superioridad militar del moderno ejército prusiano fue de nuevo decisiva, y en menos de un año las tropas prusianas estaban a las puertas de París, tras haber aplastado al ejército de Napoleón III en la batalla de Sedán.
Tras su victoria sobre Francia y el sometimiento a su autoridad de los últimos estados alemanes que se mantenían independientes, el rey Guillermo I de Prusia pudo proclamarse káiser (emperador) de Alemania. Alemania nacía como estado unificado con aspiraciones de convertirse en la nueva potencia imperialista del centro de Europa.
¿Y en España qué? De 1789 a 1868.
La implantación del liberalismo en España no fue un proceso fácil, ya que los defensores del Antiguo Régimen intentaron por todos los medios frenar las corrientes de cambio. Las ideas ilustradas habían penetrado en España durante el siglo XVIII, en parte apoyadas por la monarquía borbónica. Sin embargo, cuando en Francia estalló la Revolución la monarquía española tomó partido por la defensa del absolutismo monárquico y por la intervención contra el gobierno revolucionario.
La intervención de España en las guerras napoleónicas fue desastrosa para nuestro país, que acabó invadido por las tropas francesas. Napoleón apresó a la familia real española y obligó al rey Carlos IV y a su hijo Fernando a renunciar al trono español. En su lugar, Napoleón colocó como rey de España a su hermano José Bonaparte, que llegó a Madrid acompañado de numerosas tropas francesas. Aunque este rey venía a establecer una monarquía de corte liberal, el pueblo español no lo aceptó y comenzó una guerra contra el ejército francés invasor.
La resistencia a la invasión francesa originó una guerra de liberación, conocida como la Guerra de Independencia, en la que los liberales españoles tomaron la iniciativa. Un gobierno provisional asumió la legalidad frente al gobierno francés de ocupación. Se convocaron Cortes en Cádiz, no ocupada por las tropas francesas, y estas Cortes asumieron la tarea de redactar la primera Constitución española en 1812, reconociendo como rey legítimo a Fernando VII, retenido en Francia. Tras la derrota de Napoleón y la retirada de las tropas francesas de España, volvió al país y al trono Fernando VII. Pero a su vuelta, los sectores partidarios del Antiguo Régimen, la nobleza y la Iglesia, consiguieron convencer al rey para que suprimiera la Constitución y se restaurara el Antiguo Régimen y el absolutismo.
Durante el reinado de Fernando VII, absolutistas y liberales estuvieron en permanente pugna, y el rey se vio obligado durante un período breve a aceptar la Constitución ante la presión de los militares, como debes recordar porque lo hablamos en el tema de las revoluciones de
1820. En 1823, con la ayuda de la Santa Alianza, recuperó su poder absoluto y reprimió duramente a los liberales durante el resto de su reinado. Fernando VII murió en 1833 siendo un rey absolutista.
La libertad en la mano de una niña. El reinado de Isabel II. 1833-1868.
A su muerte en 1833, Fernando VII dejaba una herencia muy complicada. Por una parte estaba su hija Isabel, de dos años de edad, a la que el soberano había designado heredera. Sin embargo, el hermano del rey fallecido, Carlos María Isidro de Borbón, alegaba tener un derecho preferente al trono por ser hombre.
Los liberales, que contaban con mayoría en el ejército, acabaron apoyando la causa de la princesa Isabel, que accedió al trono como Isabel II. A cambio de este apoyo la monarquía isabelina aceptó el constitucionalismo y la ideología liberal.
Los partidarios del absolutismo y del Antiguo Régimen apoyaron al infante Carlos María Isidro, y pasaron a ser conocidos como carlistas. Durante todo el siglo XIX intentaron en diversas ocasiones derrocar el liberalismo y provocaron varias guerras, conocidas como guerras carlistas. En todas ellas fueron derrotados sin conseguir su objetivo.
Aunque no podemos hablar de una revolución liberal como la francesa, la implantación del liberalismo en España estuvo marcada por la resistencia violenta de los sectores conservadores, y por conflictos armados que enfrentaron a los españoles del siglo XIX y, en cierto modo, fueron el anticipo del gran conflicto que tiñó de sangre la España del siglo XX, la Guerra Civil de 1936-1939.
El reinado de Isabel II, entre 1833 y 1868, supuso el triunfo en España de un sistema liberal muy moderado y conservador, que concedió pocos derechos al pueblo y permitió la formación de una nueva clase dirigente, integrada por la alta burguesía y la antigua nobleza, que se enriquecieron sin escrúpulos gracias al control del Estado y, cómo no, de las obras públicas.
En el terreno político, los liberales en el poder se dividieron en dos grupos enfrentados por el control del gobierno: los progresistas y los moderados. Ambos grupos terminaron dando lugar a sendos partidos políticos que se alternaron en el gobierno durante el reinado de Isabel II. En realidad, ningún cambio de gobierno se produjo porque el partido gobernante perdiera unas elecciones (de tan amañadas que las tenían), sino que la reina cambiaba de gobierno cada vez que triunfaba un pronunciamiento militar que proponía el cambio. El hecho de que los dos grandes partidos políticos liberales estuvieran dirigidos por militares, y el recurso a los pronunciamientos militares para cambiar los gobiernos, ocasionaron que la política española se acostumbrara a lo largo del siglo XIX a que los militares controlaran los asuntos políticos, dejando la participación ciudadana en las elecciones en un plano anecdótico.
La corrupción y los escándalos fueron la tónica general durante el reinado de Isabel II, mientras que las clases más bajas mejoraron muy poco sus malas condiciones de vida y contaron con pocos derechos y escasa posibilidad de participar en la política.
Finalmente, todos los sectores descontentos con el régimen isabelino se unieron en 1868 y se produjo una revolución que obligó a la reina a renunciar al trono y abandonar el país. Poco quedaba de la niña aclamada por el pueblo que había traído la libertad a España, después de años de continuas campañas de desacreditación de su persona. El liberalismo seguía en el poder, pero se intentó durante unos años organizar un Estado nuevo con una mayor justicia social y democracia.
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