miércoles, 7 de enero de 2015

Liberalismo y Nacionalismo

Liberalismo y Nacionalismo se extienden por Europa


Liberalismo siglo 19: 

                             
Concepto: liberalismo es una doctrina que se basa en la defensa de las iniciativas individuales y que busca limitar la intervención del Estado en la vida económica, social y cultural. Promueve las libertades civiles. El  liberalismo  es  una  ideología  que  tiene  sus  bases  y  principios  en  la Ilustración,  y que propone  una  nueva  forma  de  organización  que  afecta  al  terreno político, social y económico.

Impulsores del liberalismo: Los Ilustrados Franceses y la Revolución Francesa, que tiende a exaltar la nación como entidad soberana, frente al monarca absoluto.

¿Cuándo se da el liberalismo? Surge a finales del siglo XVIII y se extiende a lo largo del siglo XIX

El liberalismo en la política.
  • Garantizar  la  libertad  del individuo frente al Estado y evitar que éste tenga un excesivo poder, como sucedía en el Antiguo Régimen con el poder absoluto de los monarcas. 
  • La ideología liberal encuentra sus bases en Montesquieu. Parte de la idea de que el  Estado debe basarse  en  la  separación  de  sus  distintos  poderes  para  evitar  que ninguna  persona  o institución pueda  acumular  un  poder  excesivo  y  convertirse  en tiranía. Por ello, los poderes legislativo, ejecutivo y judicial deben estar a cargo de instituciones distintas.
  • El   Estado   debe   seguir   una   política   de   mínima intervención, o laissez faire (en francés, «dejar hacer»). Esto se basa en la convicción de que cada individuo buscará lo mejor para sí mismo y eso a la larga beneficia al conjunto  de  la  sociedad,  siendo la  labor  del Estado corregir  los  casos  en  que  esto último no se cumpla. 
  • El liberalismo defiende una organización política orientada hacia la libertad del individuo. Esta libertad no depende de la decisión del rey; porque el titular último del poder  es  el  pueblo. Este poder,  o  soberanía  popular,  implica  la  limitación  de  la autoridad 
  • La libertad de prensa, porque sólo a través de  una prensa libre se pueden expresar los partidos  y  decidir los ciudadanos entre las diferentes opciones que se ofrecen. 
  • El derecho a legislar corresponde únicamente a los parlamentos elegidos por la ciudadanía,  y los ciudadanos  no  están  obligados  a  cumplir  más  que  lo  que  las  leyes disponen, conforme a la interpretación que de ellas hacen los jueces independientes. 
El liberalismo en el terreno social. 
  • La  idea  de  la  igualdad  de  derechos  de  todos  los  hombres  (en  principio  las mujeres quedaban excluidas) había sido básica para los ilustrados  y  fue establecida como  principio fundamental  de los  primeros  estados  liberales:  los  Estados  Unidos  de América y la Francia revolucionaria. 
  • Se establece la sociedad de clases. Esta idea se oponía frontalmente a la sociedad estamental, en la que obligaciones y privilegios se repartían de un modo muy desigual entre los tres estamentos sociales. En  principio,  la  idea  de  igualdad  social  para  los  ilustrados  no  iba  más  allá  de  la igualdad ante la ley, de establecer que todos los hombres tuvieran el mismo trato, los mismos derechos y las mismas obligaciones
  •  Libertad  de expresión y religiosa.
  • Sin embargo, la igualdad económica no es una meta del liberalismo, ya que se considera  que la riqueza  de  cada  persona  está  en  función  de  sus  méritos  y  es inevitable que existan pobres y gente con escaso poder adquisitivo. 
  • Aunque  el  liberalismo  acaba  con  los  privilegios  de  la  sociedad  estamental,  los antiguos nobles terminaron integrándose en la nueva división social dentro del grupo dominante,  formado  por las personas  más  ricas.  Los  antiguos  nobles,  junto  a  los burgueses  más  ricos,  formaron  la nueva clase  alta  que  aspiraba  a  controlar  la sociedad, la economía y el Estado según sus intereses. 
  • Todos  los  hombres  serán  iguales  en  derechos,  aunque  no  lo  serán  en  sus condiciones  de  vida. Se  acabaron  los  estamentos,  pero  nacieron  las  clases  sociales, porque la vida y las oportunidades serán muy distintas para la gente de clase alta, clase media y clase baja.
El liberalismo económico del siglo XIX.:  Nació vinculado a la Revolución Industrial. 
  • La no intervención del Estado pero esto  dejaba la  economía  bajo  el control  total  de  las clases  adineradas,  que aprovechaban  su  libertad  para explotar salvajemente  a  las  clases  trabajadoras
  • El   liberalismo   defiende   la   no   intromisión   del   Estado   en   las   relaciones económicas  entre los  ciudadanos  (reduciendo  los  impuestos  a  su  mínima  expresión  y eliminando cualquier regulación sobre comercio, producción, etc.). 
  • Para el liberalismo como mejor se regula la economía es por sí sola. La única ley reguladora, según sus  defensores,  debe  ser  la  ley  de  la  oferta  y  la  demanda,  que  por supuesto no es una ley que haga el Estado. 
  • La libre competencia entre los individuos que actúan en la economía, y el deseo de cada uno de prosperar,  acaba  traduciéndose,  según  el  liberalismo,  en  el  progreso económico de toda la sociedad.  
  • El  papel  que  debe  jugar  el  Estado  en  la  economía,  según  el  liberalismo,  es garantizar la ley y el orden para que la economía pueda desarrollarse en paz y libertad.
      Ley de la oferta y la demanda: 
  • La demanda significa la cantidad que se está dispuesto a comprar de un cierto producto a un precio determinado. 
  • La oferta es la cantidad de producto que una empresa está dispuesta a vender durante un período de tiempo determinado y a un precio dado. El precio de un producto está determinado por la oferta y la demanda, de modo que  si hay mucha demanda y pocas ofertas el producto tiende a subir pero si hay mucha oferta y poca demanda el precio tiende a bajar.

 El nacionalismo en el siglo XIX. 

¿Cuando surge los nacionalismos? La ideología nacionalista surgió en el siglo XIX

Concepto:  Esta ideología  se  basa  en  el  concepto de  nación,  y  pretende  que  cada  pueblo que se considera  a  sí  mismo  una  nación debe  tener derecho  a  crear  un  Estado  propio  e independiente. A lo largo del siglo XIX el nacionalismo fue sinónimo de la libertad de  pueblos oprimidos y sin derechos  bajo el yugo de imperios absolutistas.Sin embargo,con el tiempo las ideas nacionalistas dieron lugar a odios y enfrentamientos entre  pueblos  vecinos,  por  lo  que  el  balance  que  puede  hacerse  de  esta  ideología  es  muy distinto según quien lo haga

Concepto de nación: Los  pensadores  del  siglo  XIX  que  promovieron  el nacionalismo explicaban  su  concepto  de nación  como  un  conjunto  de  personas  que comparten una misma lengua, una misma cultura, una historia común y que, por lo tanto, debe tener derecho a constituirse en un Estado nacional (todos los miembros de  la  nación  deben  pertenecer  a  él)  e independiente (el  Estado  nacional  no  puede depender del Estado de otra nación).  

 ¿Cómo se extendieron las ideas nacionalistas por Europa? 
  • En   el   sistema   político   del   Antiguo   Régimen,   las   diferentes   monarquías absolutistas e imperios  estaban  integrados  por  diversas  naciones  bajo  la  autoridad de  un  mismo soberano. Pongamos  el  ejemplo  de  los  reyes  de  España,  que  habían integrado  bajo  su corona  un conglomerado  de  nacionalidades  con  distintas  lenguas, tradiciones  y  cultura: Castilla,  Aragón,  Cataluña,  Flandes,  Nápoles...  Otro  ejemplo  de Estado plurinacional del siglo XIX es el Imperio Austro-Húngaro, que a mediados del siglo  XIX  incluía numerosas  nacionalidades:  austriacos,  alemanes,  húngaros,  checos, eslovacos, polacos, italianos... 
  • La  Revolución  Francesa  y  el  Imperio  Napoleónico  ayudaron  a  difundir  por Europa las ideas nacionalistas. Como recuerdas, el mapa de Europa fue alterado por Napoleón, que apoyó la creación de Estados nacionales que fueran aliados de Francia y restaran poder a los monarcas y emperadores que se le oponían. 
  • Con la Restauración se trató de volver al antiguo mapa de Europa  y de acabar con las ideas nacionalistas. 
  • Diversos pueblos que se consideraban a sí mismos como nación fueron divididos y repartidos entre las potencias vencedoras (Italia, por ejemplo) o incorporados a los imperios vencedores. Sin embargo, el nacionalismo se extendió pronto en esos territorios: los belgas aspirarán a separarse de Holanda; los polacos no querían estar divididos entre varios imperios; los checos y húngaros rechazarán formar parte del Imperio Austríaco, etc. 
Durante la primera mitad del siglo XIX el nacionalismo fue un movimiento de carácter  liberal y progresista,  enfrentado  a  la  Restauración  y  al  Antiguo  Régimen  y promotor de movimientos de liberación nacional. 
A partir de la segunda mitad del siglo XIX el nacionalismo fue transformándose en  ciertos  casos  en una  ideología  conservadora  y  agresiva,  que  despreciaba  la libertad  y  dignidad  del  individuo (características  de  la  primera  etapa)  y  defendía  los intereses  de  los  grupos  sociales  que controlaban  el  poder  en  cada  nación.  Desde entonces  contribuyó  a  provocar  conflictos  que desembocaron  en  el  siglo  XX  en  la Primera Guerra Mundial, pero eso lo veremos más delante. 

Separarse y unirse. Dos tipos de nacionalismo. 

Según el objetivo que se persiga, podemos distinguir dos tipos de nacionalismos en el siglo XIX, que podríamos decir que llegan hasta nuestros días.
  • El nacionalismo separatista (o centrífugo). Es  el  que  pretende  la  independencia  política de una  nación  que  se  encuentra integrada dentro de un Estado más grande. Como ejemplos podrían considerarse la lucha de los griegos por separarse del Imperio Otomano, de los checos por separarse del imperio  austro-húngaro  o  de  los  polacos por separarse  del imperio  ruso. En  nuestros días,  podemos  considerar  ejemplo  de  este  tipo  de nacionalismo el  que representan algunos partidos nacionalistas vascos y catalanes en España. 
  • El nacionalismo unificador (o centrípeto). Es el que pretende la unificación en un solo Estado de naciones que se dividen en distintos   Estados   independientes.  Como   ejemplos  de   esta tendencia   podrían considerarse los intentos de los nacionalistas italianos y alemanes por crear Estados que unieran a sus respectivas naciones bajo un mismo gobierno. 
Liberalismos y Nacionalismos se extienden por Europa 

El siglo de las Revoluciones 1820 a 1848. 


Recordarás que en 1815 habíamos dejado una Europa muy tranquila, en la que las fuerzas del Antiguo Régimen habían derrotado a Napoleón y a los partidarios de la Revolución.  Se  había reorganizado  el  mapa  de  Europa  en  el  Congreso  de  Viena  y  se había creado la Santa Alianza para defender los tronos absolutistas de Europa de las tendencias revolucionarias. Todo parecía en calma, pero en algunos territorios muchos añoraban la libertad que se había vivido en los años anteriores y no soportaban la vuelta al absolutismo. 

A   comienzos   de   los   años   20   se   produjeron   simultáneamente   episodios revolucionarios en varios países, casi todos de la Europa mediterránea. En Portugal, en  España,  en  Piamonte  y  en Nápoles  movimientos  populares  apoyados  por  la burguesía y, como en el caso de España, por parte del ejército, intentan obligar a sus reyes  absolutistas  a  que  acepten  un  liberalismo  moderado y  gobiernen  bajo  una Constitución. Momentáneamente triunfan en algunos países, como en España, donde el rey Fernando VII es obligado a aceptar la Constitución de 1812. 

Sin embargo, en los años 20 la Santa Alianza estaba en su apogeo y los monarcas absolutistas del resto de Europa enviaron tropas que ayudaron a los reyes en apuros a someter a los rebeldes y recuperar su poder absoluto. También en Rusia su emperador consiguió abortar un intento de revolución liberal. La primera oleada revolucionaria contra el absolutismo fue liquidada sin que se consiguieran avances en ninguno de los territorios  donde  estalló.  Pero  era  sólo  la  primera  batalla de  una  guerra  que  iba  a  ser larga. 

También  se  puede  incluir  en  la  oleada  revolucionaria  de  los  años  20  el movimiento  de independencia  de  las  colonias  americanas  de  España.  En  ellas  los colonos se negaron a reconocer el poder absoluto de Fernando VII e iniciaron su propio proceso   de   independencia,   muy inspirado   en   el   de   los   colonos   ingleses   de Norteamérica.  Aunque  durante  años  España  no reconoció  la  independencia  de  sus colonias americanas, las victorias militares de los rebeldes fueron proclamando distintos estados en Sudamérica, que se organizaron como repúblicas liberales. 

La oleada revolucionaria de 1830. 

En 1830 se vuelve a producir por Europa una oleada de intentos revolucionarios liberales. Esta vez el ataque al Antiguo Régimen tuvo mayor seriedad, entre otras cosas porque se produjo en más lugares y de forma más organizada. Como en 1789, Francia fue el corazón de la revuelta, que luego se extendió a otros países.  

Al  mismo  tiempo  que  en  Francia  se  alzaban  los  liberales,  en  diversas  partes  de Europa estallaron  revoluciones  nacionalistas,  aunque  impregnadas  también  de  ideas liberales (Bélgica, Polonia, Italia, Alemania...). Éstas las comentaremos en el próximo apartado,  pero  debes  tener  en cuenta  que  al  producirse  estallidos  revolucionarios  en tantos  sitios  a  la  vez,  esta  vez  fue imposible  que  los  monarcas  absolutistas  se ayudaran mutuamente. Por otra parte, el pacto de la Santa Alianza había dejado de funcionar oficialmente en 1825. En esta ocasión los liberales tenían más oportunidades, y supieron aprovecharlas, al menos en Francia. 

En  París  estalló  una  revuelta  popular  contra  el  rey  absolutista  Carlos  X  y pronto se extendió por todo el país. Ante la derrota de las tropas monárquicas, Carlos X abandonó  Francia  y  se proclamó  a  su  pariente  Luis  Felipe  de  Orleans  rey constitucional. La burguesía moderada tomó el control de los acontecimientos para impedir  que  el  pueblo  más  humilde  se  saliera  del  tiesto, como  había  pasado  en  la  primera Revolución. 

Según la nueva Constitución, el rey tendría el poder ejecutivo (dirigir el gobierno), mientras  que  el poder  legislativo  (hacer  las  leyes)  residiría  en  una  Asamblea  de diputados elegidos por sufragio censitario (sólo votarían en las elecciones los hombres con un determinado nivel de riqueza).  

El  liberalismo  que  triunfó  en  Francia  en  1830  era  el  más  moderado,  el  que interesaba a los sectores más ricos de la burguesía. El pueblo que había luchado en las calles por la libertad, una vez más, se vio apartado de la toma de decisiones, por lo que  muchos  liberales  no  quedaron contentos con  el  nuevo régimen  y  siguieron conspirando para conseguir un régimen liberal más democrático. 
Con  el triunfo de la revolución  de  1830  el  liberalismo quedó    afianzado en  Francia, donde   ya   nunca se volvería al absolutismo y al Antiguo Régimen. Sin embargo, los estallidos revolucionarios en otras partes de Europa (Polonia, territorios alemanes e italianos) fueron aplastados por sus respectivos gobiernos  absolutistas.  Habría  que prepararse  mejor para  el próximo intento.  

 La oleada revolucionaria de 1848. 

En 1848, por ejemplo, se produjo la oleada revolucionaria más intensa del siglo XIX, y la última que vamos a comentar. Una vez más, y van tres, la revolución tuvo su origen en Francia y luego se extendió por gran parte de Europa.  

Aunque  en  Francia  existía  una  monarquía  constitucional  desde  1830,  muchos liberales   estaban descontentos   porque   se   había   creado   un   sistema   que   sólo beneficiaba a los sectores más ricos de la sociedad. A este descontento se sumó una fuerte  crisis  económica  en  1847.  Afectó  al sector  agrario  tras  una  serie  de  malas cosechas,  en  especial  de  patatas,  alimento  básico  para las  clases  populares,  que comenzaron  a  pasar  hambre  ante  la  carestía  de  los  alimentos.  La mala  situación  del campo  influyó  en  los  sectores  industrial  y  financiero,  llevando  al  paro  a muchos obreros. 

La monarquía de Luis Felipe de Orleans, por otra parte, sólo satisfacía los intereses de  la  alta burguesía,  mientras  que  la  pequeña  burguesía  y  las  clases  trabajadoras quedaban   política   y   económicamente   desatendidas.   Los   historiadores   liberales Lamartine y Tocqueville, testigos de los acontecimientos, nos dan su explicación sobre las causas de la revolución de 1848 en Francia en el documento que sigue. 

Ante  la  mala  situación  del  pueblo,  se  produjo  en  París  un  levantamiento  de obreros, pequeños burgueses y estudiantes, protestando por las malas condiciones de vida de las clases bajas. De nuevo barricadas por las calles, enfrentamientos armados contra las tropas del rey, muchos soldados se pasan a los sublevados y... victoria de la revolución.  El  control  de  las  calles  por  el  pueblo armado  obligó  a  dimitir  al  rey  Luis Felipe de Orleans, que abandonó el país. 

Ante  el  vacío  de  poder,  se  proclamó  la  República  y  se  nombró  un  gobierno provisional, mientras  se  preparaba  una  nueva  Constitución  más  democrática  y  se convocaban  elecciones. Este  gobierno  provisional  tomó  medidas  de  avanzado carácter  social  a  favor  de  los  más débiles,  concediendo  mayores  libertades  y  más igualdad. Fíjate en algunas de estas medidas: 

Las  elecciones  convocadas  se  harían  por  sufragio  universal  (masculino),  con participación de todos los hombres sin tener en cuenta sus ingresos económicos. 

Se decretó una total libertad de prensa y de asociación. 

En medio de una situación de enorme paro, se incluyó el Derecho al trabajo como derecho fundamental de las personas. 

Se  estableció  por  primera  vez  un  límite  a  la  jornada  laboral  de  obreros  y campesinos, fijando un máximo diario de 10 horas. 

El gobierno decidió crear talleres nacionales para dar empleo a los parados. 

Todo esto hacía pensar que esta revolución iba a dar el verdadero poder a las clases bajas, pero la burguesía tuvo miedo de que la situación se descontrolara, como pasó con  los  jacobinos  años  atrás, y  se  pasara  de  una  libertad  moderada  a  un  control  del Estado  por  los  elementos  más radicales.  Los  pequeños  burgueses  se  unieron  a  la  alta burguesía y consiguieron que la República volviera a estar controlada por las clases altas y se diera marcha atrás a muchas medidas de carácter social igualitario. 
No sólo eso, sino que además se convirtió en Presidente de la República, ganando las elecciones,  un sobrino  de  Napoleón  Bonaparte,  que  imitando  a  su  tío  pronto  se proclamó  Emperador  de Francia,  con  el  nombre  de  Napoleón  III.  El  recuerdo  de Napoleón seguía siendo la mejor forma de calmar al pueblo manteniendo las clases altas el control de la situación. 

El estallido revolucionario en Francia de 1848 se imitó por muchos países de Europa  casi inmediatamente,  con  resultados  en  gran  parte  favorables  para  las  ideas liberales moderadas. En los territorios alemanes las revoluciones de 1848 tuvieron un fuerte carácter nacionalista, buscando la unidad nacional. Aunque eso no se consiguió, al menos el rey de Prusia se vio obligado a aceptar gobernar con una Constitución. 

En  el  Imperio  Austro-Húngaro  el  emperador  Fernando  I  tuvo  que  aceptar  la formación de una Asamblea Constituyente. Las protestas nacionalistas se unieron a las  liberales,  especialmente  en Hungría  y  Chequia,  que  lograron  cierta  autonomía dentro del Imperio.  
En  los  territorios  italianos  los  estallidos  revolucionarios  consiguieron  que  la monarquía constitucional y el liberalismo moderado se impusieran en Nápoles y en el Reino de Piamonte. Al mismo tiempo, los territorios del Norte de Italia, que estaban en  poder  del  Imperio  Austriaco,  se rebelaron  pidiendo  su  independencia,  aunque  sin éxito.  
La  oleada  revolucionaria  del  48  había  llevado  al  poder  en  muchos  países  a  un liberalismo moderado,  pero  también  había  mostrado  el  peligro  que  suponía  para  la burguesía  liberal  el desarrollo  de  ideas  de  igualitarismo  y  democracia  entre  las  clases bajas. 

 La  primavera  de  los  pueblos.  Movimientos  nacionalistas.  1820  a 1871 

El  siglo  XIX  se  conoce  con  dos  motes.  Uno  ya  lo  hemos  visto,  el  siglo  de  las revoluciones, y otro lo vamos a ver ahora, la primavera de los pueblos. Este segundo apodo  del  siglo  XIX,  como te  puedes  imaginar,  hace  referencia  a  la  extensión  de  los movimientos nacionalistas por Europa, que provocarán el nacimiento de nuevos países y cambiarán profundamente el mapa del continente.  
También mencionamos anteriormente que las ideas nacionalistas se mezclaron con las liberales en las grandes oleadas revolucionarias que hemos visto. Por eso, antes de pasar a analizar los dos grandes acontecimientos que más van a marcar la posterior historia de Europa, las unificaciones de Italia y Alemania, vamos a repasar los estallidos nacionalistas que se produjeron durante esas oleadas revolucionarias. 

En  la  oleada  revolucionaria  de  1820,  se  produjo  un  estallido  nacionalista  en Grecia, que en esa época estaba incluida en el Imperio Turco Otomano. En Grecia la revolución fue nacionalista y liberal al mismo tiempo. Por  una  parte,  el  pueblo  griego  se  sublevó  contra  la  dominación  del Imperio Otomano  y  proclamó  su  independencia,  pero  al  mismo  tiempo  la  ideología  que trataba de establecer el nuevo estado era de tipo liberal. La revolución liberal-nacionalista griega acabó triunfando, aunque tras una guerra de nueve años que se cobró muchas vidas. Grecia contó en su lucha con el apoyo de Gran  Bretaña,  que  envió  armas  y  dinero  a  los  sublevados.  Finalmente, en  1829  el emperador  Otomano  reconoció  la  independencia  de  Grecia  y,  tras  un  gobierno 
provisional, este país se convirtió en una monarquía constitucional en 1831. Como puedes observar en la declaración de independencia griega, se daba mucha importancia a obtener libertades fundamentales, además de conseguir un estado independiente. En  la  oleada  revolucionaria  de  1830 hubo  revueltas  nacionalistas  en  varios territorios.  Polacos,  italianos  y  alemanes  se  sublevaron contra  sus  gobernantes absolutistas, pero también intentaban unir sus patrias bajo un único Estado. Ya vimos que  estas  revueltas  fueron  aplastadas,  pero  hubo  un  territorio  que  en  1830  sí 
consiguió su independencia: Bélgica. La  historia  de  la  actual  Bélgica  es  muy  complicada.  Desde la  Edad  Media  este territorio había estado dominado por monarcas extranjeros, y había ido cambiando de manos según la evolución de la política internacional: Entre el siglo XV  y el siglo XVIII  Bélgica  fue  patrimonio  de  la  familia  Habsburgo,  en  ocasiones  de  su  rama española y en otras de su rama austriaca. Durante las guerras de la Revolución Francesa el  territorio  fue conquistado  por  Francia  y  convertido  por  Napoleón  en  una  provincia francesa. Tras la derrota de Napoleón, el Congreso de Viena acordó unir Bélgica con Holanda y dejarla bajo el dominio del Reino de los Países Bajos. Los  belgas  se  sumaron  a  la  oleada  revolucionaria  de  1830  para luchar  por  su independencia  frente  a  Holanda  y  consiguieron  triunfar.  Al  tiempo  que  Bélgica se convertía en un país independiente, se impuso como forma de gobierno la monarquía constitucional,  por  lo  que  en  el  nuevo  Estado  iban  a  dominar  las  ideas  liberales  de separación de poderes y derechos constitucionales. 
En  la  oleada  revolucionaria  de  1848  las  revueltas  nacionalistas  fueron importantes  en  muchos territorios  del  Imperio  Austro-húngaro,  que  intentaron independizarse,  y  en  territorios  alemanes e italianos,  que  intentaban  unificarse. Aunque hemos visto que las revoluciones del 48 consiguieron imponer un liberalismo moderado  en  la  mayor  parte  de  Europa,  los  movimientos nacionalistas, sin  embargo, tuvieron poco éxito. Algunos territorios del Imperio Austro-húngaro, como Chequia y 
Hungría, consiguieron algo de autonomía, pero ni los italianos y alemanes consiguieron crear  sus estados  unificados  ni  las  naciones  sometidas  al  Imperio  Austro-húngaro consiguieron su independencia. 

La unificación italiana. 1859-1871. 


La  idea  de  una  Italia  unificada  bajo  un  solo  Estado  había  sido  impuesta  por Napoleón,  pero fue  anulada  en  la  época  de  la  Restauración.  En  1820  Italia  era  un mosaico  de  pequeños estados  absolutistas  que  vivían  en  el  Antiguo  Régimen,  y además casi todo el Norte de Italia estaba en manos del emperador austriaco. Sin embargo, los nacionalistas italianos tenían claro que Italia era una nación. La lucha por la creación de un estado italiano unificado comenzó desde el reino del Piamonte, que se había convertido en una monarquía constitucional en 1848 con el rey Víctor Manuel II. Éste se enfrentó con el Emperador austriaco y en una guerra en la que recibió ayuda de Francia consiguió derrotarlo e incorporar al reino de Piamonte algunos territorios del Norte de Italia que habían pertenecido al Imperio Austro-húngaro (Lombardía). 
En 1859, tras su éxito frente a Austria, Víctor Manuel II se presenta ante el pueblo oprimido del resto de estados absolutistas italianos como un posible liberador, al tiempo que unificador de Italia. En muchas zonas estallan motines liberales y nacionalistas y las  tropas  de  Víctor  Manuel  consiguen ir ocupando  todo  el  Norte  de  Italia.  Los pequeños estados de esa zona fueron, por lo tanto, incorporados al Reino de Piamonte. 
En  1860,  el  otro  gran  reino  del  Sur  de  Italia,  el  de  Nápoles-Sicilia,  también  fue incorporado por  Víctor  Manuel  II  a  su  corona,  con  la  ayuda  de  los  liberales  de Nápoles y de un ejército de voluntarios al mando de Garibaldi. Tras la incorporación de Nápoles a su reino, Víctor Manuel II se proclamó Rey de Italia por la gracia de Dios y voluntad de la nación. Observa que, como los monarcas absolutistas, no renuncia a considerar su trono una concesión divina, pero añade que también es rey por voluntad de la nación, es decir, de su pueblo. Aunque desde 1860 podemos decir que existe el reino de Italia, todavía quedaba en  el  centro  de  la  Península  un  extenso  territorio  que  escapaba  al  control  del  nuevo 
reino: los Estados Pontificios gobernados por el Papa desde Roma. El Papa se negaba a  ceder  su soberanía  al  nuevo  reino,  y  Víctor  Manuel  tampoco  quería  usar  la  fuerza porque  era  católico y  estaba  muy  feo  atacar  militarmente  al  Papa,  aunque  lo  tenía rodeado. La situación se arregló cuando estallaron motines liberales en los territorios del Papa  y  éste  se  vio  obligado  a  reconocer su  derrota  y  negociar,  lo  que  se  produjo  en 1871. A partir de 1871, la nueva Italia unificada abarcaba ya casi los mismos territorios que actualmente y se estableció la capital en Roma, aunque todavía quedaban en el Norte  algunas  zonas  en  poder  de  Austria  que  Italia  seguirá  reclamando, y  que mantendrán la tensión militar en la zona a lo largo del resto del siglo XIX. 

La unificación alemana. 1866-1871. 

Como  en  el  caso  de  Italia,  pero  aun  más  complicado,  el  territorio  alemán  se dividía en 1820 en más de 30 estados independientes. 

Desde tiempo inmemorial había existido la idea de que el pueblo alemán formaba una  nación  y habían  existido  algunas  instituciones  comunes  a  todos  los  estados alemanes.  En  el  Antiguo Régimen  todavía  existía  el  Sacro  Imperio  Romano- Germánico, que en el siglo XIX se había convertido en la Confederación Germánica, que agrupaba a todos los estados alemanes pero sólo de forma simbólica. La idea de conseguir la unificación de todos los territorios alemanes, sin embargo, había cobrado fuerza con el desarrollo de las ideas liberales y nacionalistas. 

Tradicionalmente, Austria  y Prusia, que  eran los  estados alemanes más  grandes  y poderosos, se habían enfrentado por ejercer el predominio sobre el resto de territorios alemanes. En ambos casos, sin embargo, sus gobernantes absolutistas no habían contado con el apoyo del pueblo y habían tenido que soportar intentos de revoluciones liberales.  
La  situación  comenzó  a  cambiar  a  partir  de  la  oleada  revolucionaria  de  1848, cuando en Prusia se impuso un régimen liberal moderado que, rápidamente, permitió un notable desarrollo económico y una modernización del país. 

Para  mejorar  el  comercio,  Prusia  propuso  a  los  estados  alemanes  en  1835  crear una unión aduanera, algo así como nuestra actual Unión Europea, lo que ayudó a que el país se modernizara y equipara un moderno y potente ejército, que sería su principal arma para conseguir la unificación alemana.  
En  1866,  tras  una  disputa  sobre  unos  pequeños  ducados  alemanes,  Prusia  y Austria se declararon la guerra. El pequeño reino del Norte consiguió una brillante y rápida victoria sobre el gigante del Sur, y obligó al emperador austriaco a rendirse y a renunciar  en  el  futuro  a  intentar ejercer  su  influencia  en  los  asuntos  de  los  territorios alemanes. Tras su victoria, Prusia se apoderó además de algunos pequeños estados alemanes  del  Norte  y  obligó  al  resto  a  aceptar  su autoridad  e  integrarse  en  la Federación Alemana del Norte. 

En 1870 a Prusia sólo le faltaba controlar algunos estados alemanes del Sur y de la frontera con Francia. Sin embargo, el nuevo Emperador de Francia, Napoleón III, también aspiraba a extender el dominio de Francia en esa zona, o por lo menos a no tener ningún vecino excesivamente peligroso, por lo que se convertirá en el gran obstáculo para la unificación definitiva de Alemania.  

El canciller Bismarck buscó de nuevo una excusa para forzar una declaración de guerra entre Prusia y Francia, consiguiendo que estallara el conflicto y que todos los territorios alemanes que seguían siendo independientes apoyaran a Prusia en esta guerra. No hay nada como tener un enemigo común para unir a la gente.  

La superioridad militar del moderno ejército prusiano fue de nuevo decisiva, y en menos  de  un  año las  tropas  prusianas  estaban  a  las  puertas  de  París,  tras  haber aplastado al ejército de Napoleón III en la batalla de Sedán.  

Tras  su  victoria  sobre  Francia  y  el  sometimiento  a  su  autoridad  de  los  últimos estados alemanes que se mantenían independientes, el rey Guillermo I de Prusia pudo proclamarse káiser (emperador) de Alemania. Alemania nacía como estado unificado con aspiraciones de convertirse en la nueva potencia imperialista del centro de Europa. 

¿Y en España qué? De 1789 a 1868. 

La implantación del liberalismo en España no fue un proceso fácil, ya que los defensores del Antiguo Régimen intentaron por todos los medios frenar las corrientes de cambio. Las ideas ilustradas habían penetrado en España durante el siglo XVIII, en  parte  apoyadas  por  la  monarquía  borbónica.  Sin embargo,  cuando  en  Francia estalló  la  Revolución  la  monarquía  española  tomó  partido  por  la defensa  del absolutismo monárquico y por la intervención contra el gobierno revolucionario. 

La  intervención  de  España  en  las  guerras  napoleónicas  fue  desastrosa  para nuestro país, que acabó invadido por las tropas francesas. Napoleón apresó a la familia real  española  y  obligó  al  rey Carlos  IV  y  a  su  hijo  Fernando  a  renunciar  al  trono español.  En  su  lugar,  Napoleón  colocó como  rey  de  España  a  su  hermano  José Bonaparte,  que  llegó  a  Madrid  acompañado  de numerosas  tropas  francesas.  Aunque este  rey  venía  a  establecer  una  monarquía  de  corte liberal,  el  pueblo  español  no  lo aceptó y comenzó una guerra contra el ejército francés invasor. 

La  resistencia  a  la  invasión  francesa  originó  una  guerra  de  liberación,  conocida como  la Guerra  de  Independencia,  en  la  que  los  liberales  españoles  tomaron  la iniciativa. Un gobierno provisional asumió la legalidad frente al gobierno francés de ocupación.  Se  convocaron  Cortes  en Cádiz,  no  ocupada  por  las  tropas  francesas,  y estas Cortes asumieron la tarea de redactar la primera Constitución española en 1812, reconociendo como rey legítimo a Fernando VII, retenido en Francia. Tras la derrota de Napoleón y la retirada de las tropas francesas de España, volvió al país  y al  trono  Fernando  VII.  Pero  a  su  vuelta,  los  sectores  partidarios  del  Antiguo Régimen, la nobleza y la Iglesia, consiguieron convencer al rey para que suprimiera  la  Constitución  y  se restaurara  el  Antiguo  Régimen  y  el absolutismo. 

Durante   el   reinado   de   Fernando   VII,   absolutistas   y   liberales estuvieron  en  permanente pugna,  y  el  rey  se  vio  obligado  durante  un período breve a aceptar la Constitución ante la presión de los militares, como debes recordar porque lo hablamos en el tema de las revoluciones de 
1820.  En  1823,  con  la  ayuda  de  la  Santa  Alianza,  recuperó  su  poder absoluto  y  reprimió duramente  a  los  liberales  durante  el  resto  de  su reinado. Fernando VII murió en 1833 siendo un rey absolutista.  

La libertad en la mano de una niña. El reinado de Isabel II. 1833-1868. 
  
A  su  muerte  en  1833,  Fernando  VII  dejaba  una  herencia  muy  complicada.  Por una  parte estaba  su  hija  Isabel,  de  dos  años  de  edad,  a  la  que  el  soberano  había designado heredera. Sin embargo, el hermano del rey fallecido, Carlos María Isidro de Borbón, alegaba tener un derecho preferente al trono por ser hombre.  

Los liberales, que contaban con  mayoría en  el  ejército, acabaron apoyando la causa  de  la  princesa Isabel,  que  accedió  al  trono  como  Isabel  II.  A  cambio  de  este apoyo la monarquía isabelina aceptó el constitucionalismo y la ideología liberal. 

Los  partidarios  del  absolutismo  y  del  Antiguo  Régimen  apoyaron  al  infante Carlos María Isidro, y pasaron a ser conocidos como carlistas. Durante todo el siglo XIX intentaron en diversas ocasiones derrocar el liberalismo y provocaron varias guerras,  conocidas  como  guerras  carlistas. En  todas  ellas  fueron  derrotados  sin conseguir su objetivo. 

Aunque  no  podemos  hablar  de  una  revolución  liberal  como  la  francesa,  la implantación del liberalismo en España estuvo marcada por la resistencia violenta de  los  sectores  conservadores,  y por  conflictos  armados  que  enfrentaron  a  los españoles del siglo XIX y, en cierto modo, fueron el anticipo del gran conflicto que tiñó de sangre la España del siglo XX, la Guerra Civil de 1936-1939. 

El  reinado de  Isabel  II,  entre  1833  y  1868,  supuso  el  triunfo  en  España  de  un sistema  liberal muy  moderado  y  conservador,  que  concedió  pocos  derechos  al pueblo  y  permitió  la  formación de  una  nueva  clase  dirigente,  integrada  por  la  alta burguesía  y  la  antigua  nobleza,  que  se enriquecieron  sin  escrúpulos  gracias  al control del Estado y, cómo no, de las obras públicas. 

En  el  terreno  político,  los  liberales  en  el  poder  se  dividieron  en  dos  grupos enfrentados  por el control  del  gobierno:  los  progresistas  y  los  moderados.  Ambos grupos  terminaron  dando  lugar a  sendos  partidos  políticos  que  se  alternaron  en  el gobierno  durante  el  reinado  de  Isabel  II. En  realidad,  ningún  cambio  de  gobierno  se produjo porque el partido gobernante perdiera unas elecciones (de tan amañadas que las tenían),   sino   que   la   reina   cambiaba   de   gobierno   cada   vez   que   triunfaba   un pronunciamiento militar que proponía el cambio. El hecho de que los dos grandes partidos políticos liberales estuvieran dirigidos por  militares,  y  el  recurso  a  los pronunciamientos  militares  para  cambiar  los gobiernos,  ocasionaron  que  la  política  española  se acostumbrara  a  lo  largo  del  siglo XIX  a  que  los  militares  controlaran  los  asuntos  políticos, dejando  la  participación ciudadana en las elecciones en un plano anecdótico. 

La  corrupción  y  los  escándalos  fueron  la  tónica  general  durante  el  reinado  de Isabel  II, mientras  que  las  clases  más  bajas  mejoraron  muy  poco  sus  malas condiciones  de  vida  y contaron  con  pocos  derechos  y  escasa  posibilidad  de participar en la política.  

Finalmente, todos los sectores descontentos con el régimen isabelino se unieron en 1868  y  se produjo  una  revolución  que  obligó  a  la  reina  a  renunciar  al  trono  y abandonar el país. Poco quedaba de la niña aclamada por el pueblo que había traído la libertad  a  España,  después  de  años de  continuas  campañas  de  desacreditación  de  su persona. El liberalismo seguía en el poder, pero se intentó durante unos años organizar un  Estado  nuevo  con  una  mayor  justicia  social  y democracia.   

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